Si no estás dispuesto a revelar tus secretos nadie va a confiarte los suyos.
En mi tiempo La salud de las personas era un aspecto de la vida que entrañaba múltiples incógnitas. Aunque es fácil asimilar que tras sufrir un accidente, un hueso roto puede recolocarse y con el tiempo suficiente repararse; otras muchas dolencias, difícilmente tenían explicación sobre su origen y tratamiento. Encontrar respuestas era parte fundamental de la misión que todos aceptaban como propia.
Los enfermos eran expuestos en la plaza y esperaban pacientemente a que alguien se interesase por su dolencia. Brujos, chamanes, curanderos y sanadores pululaban libremente ofreciendo remedios, consejos y debatiendo entre ellos sobre que tratamiento de los propuestos era mejor. Con este método, dolencias musculares o infecciones leves eran rápidamente diagnosticadas y tratadas.
Las plazas estaban abiertas a los habitantes locales y a los visitantes, siendo inevitable que algún embaucador también probase suerte. Pero; desprovisto de algún tipo de prestigio respecto de sus aptitudes, difícilmente conseguía engañar a nadie. Lo cierto es que incluso de los que su única virtud reconocida era su facilidad de palabra (charlatanes) acababan por aprender los fundamentos más elementales de las técnicas de sanación y solían acabar siendo elementos útiles como intermediarios de ideas y remedios entre sanitarios pues es un hecho que la capacidad de adquirir conocimiento y la de transmitirlo a los demás no siempre van ligados.

En un nivel superior de sanadores se encontraban aquellos que disponían de un gran prestigio reconocido por todos. Mientras que el pago por los servicios prestados en los estratos básicos consistía en un pago en especies. En los superiores no se acostumbraba a exigir pago alguno por parte del paciente. Entre los sanadores se establecía una especie de comercio basado en el trueque semillas y plantas medicinales de todo tipo. En el caso de las plantas fuesen desconocidas, el visitante aportaba muestras de los fármacos que eran propios de su tierra y describía sus propiedades. El visitante/proveedor también podía transportar grandes cantidades de plantas medicinales ya conocidas, de las que una parte eran almacenadas y otras redistribuidas entre los sanadores que las solicitaban. El proveedor recibía nuevos remedios farmacológicos y era instruido en el uso y cultivo de las plantas que le eran confiadas. El sanador (chamán, brujo, curandero) regresaba a su poblado con nuevos conocimientos y medicamentos para atender a su clan.
El hecho de que conocedores y especialistas se concentrasen en una misma plaza permitía que los chamanes expertos en botánica intercambiaran puntos de vista con los curanderos que aliviaban distensiones musculares o inmovilizaban huesos rotos y estos con los brujos que atacaban calenturas y dolores internos del cuerpo. Por encima de todos ellos estaban los que defino como sacerdotes sanadores que tendrían a su disposición miles de años conocimiento acumulado. Lógicamente disponían de bibliotecas en las que se concentraba todo el saber de sus antepasados.
Ante la cuestión que de inmediato se formulara el lector; aclarar que ese conocimiento nunca era revelado a profanos. Por poner un ejemplo los habitantes de Al-Kaabilia eran orientados sobre la importancia de la higiene y crecían con normas de comportamiento que sin necesidad de entender su finalidad asumían como parte de su identidad cultural. Mientras que difícilmente se podía imponer un comportamiento en particular a una población extranjera si este no iba acompañado de una explicación muy convincente del porqué de cada una de las normas que se pretendiese transmitir. En consecuencia evitar comer ciertas partes de la caza o alimentos próximos a entrar en descomposición o contaminados requería que la población poseyese una serie de conocimientos que los jerarcas de Al-Kaabilia no consideraban que ceder ese tipo de conocimientos facilitase de algún modo la obtención sus objetivos.