La idea de partido está en crisis y lucha por sobrevivir a costa de quien sea necesario. El «partido» puede que por desgaste podredumbre o por los continuos excesos de sus componentes a acabado por perder su máscara y ahora muestra su verdadera imagen, a aquel que esté dispuesto a mirarla de frente. La retorica que antaño era instrumento que garantizaba el control sumiso del ciudadano se ha sustituido por burda verborrea. Ejemplo evidente de la mediocre calidad de los políticos que se presumen con vocación de servicio al ciudadano. Conscientes de lo alejados que están de conseguir reconocimiento y prestigio por su buena labor, en su mayoría no dudan en venderse Por mucho, poco incluso por nada, con tal de que él comprador sepa que «están» en el mercado.
Basta con pararse a observar el sinfín de vías construidas en nombre de la democracia para darse cuenta que son vías muertas. Pretenden ser reales pero tan solo son un decorado. Mientras tanto la maquinaria política se desplaza ajena a los deseos y necesidades del ciudadano por la única vía real construida para cumplir los intereses de no se sabe quién mientras al maquinista lo que le viene bien es decirnos “no hay ninguna otra política posible”.