Cuando a hombres y mujeres concretos se los considera como meros representantes de una clase que previamente se ha definido como maligna, personificándola como la figura del diablo, desaparecen los reparos a hacerles daño o matarlos.
En Calella a las ocho de la mañana Poca gente vio la inusual actividad que se desarrollaba en el interior de la antigua fábrica de tejidos. En la actualidad estaba destinada en parte a la enseñanza de formación profesional y a anexos de la biblioteca municipal principalmente.
La entrada al edificio estaba custodiada por la guardia urbana. Dos agentes estaban colocando unas vallas que cortaban el paso a los peatones eso les obligaba a utilizar un paso subterráneo que permitía acceder al otro lado de la acera.
Cuatro furgonesblindados se detuvieron en la entrada, en el interior de los vehículos los guardias jurados se preparaban para empezar su trabajo. El jefe de grupo se dirigió a un agente de la guardia urbana, que custodiaba la entrada.
—Tenemos orden de realizar un transporte en está dirección, aquí está la documentación.
El agente consultó una libreta que contenía un breve listado de nombres.
—Un momento voy a comunicar su llegada—. El agente de la puerta informó por radio de la llegada del furgón.
— ¿Podemos pasar? Estamos cortando la circulación.
—Aparquen a un lado, comunicare que están aquí. Ahora vendrán a acompañarles.
Mientras los furgones maniobraban para encararse a la entrada de la fábrica, el jefe de grupo extrañado por las medidas de seguridad se dirigió de nuevo al guardia.
— ¿Que pasa allá adentro?
—No tengo ni idea, llevo cuatro horas de plantón—. El agente se acercó al conductor y mirando al fondo del pasaje que daba acceso a la fábrica y tras cerciorarse que nadie lo veía añadió
—Las órdenes son; no dar ningún tipo de información de lo que sucede ahí adentro.
—Entonces sabes lo que sucede.
—Sé, que, cuando entréis adentro sabréis más que yo.
Tras cinco minutos de espera, un hombre vestido de paisano se acercó a los vigilantes jurado.
—Bajen del los vehículos y síganme.
Tras pasar un gran arco de entrada, el espacio se dividía en una nave central con pasajes a izquierda y derecha que daban acceso a distintas naves y talleres. Una de las naves tenia las puertas abiertas de par en par, en el interior un total de 6 furgonetas de la policía nacional estaban aparcadas, al fondo de la nave. Una docena de policías del grupo especial de anti-terrorista estaban introduciendo material dentro de un camión, un número más reducido estaban sentados junto a una mesa de comedor se les veía muy nerviosos, la mayoría tenían lagrimas en los ojos.
—Por aquí—. Dijo en tono seco y autoritario el guía de los seis vigilantes jurados. Todos Entendieron que estaban viendo más de la cuenta por lo que procuraron disimular su curiosidad. Llegaron a una de las naves más pequeñas. En la puerta una sencilla placa de metal invitaba a especular sobre las actividades que se desarrollaban en el interior El hombre que acompañaba a los vigilantes jurados les dijo que esperaran. Al poco rato un hombre de apariencia extranjera salio a la puerta.
—Deben cargar en un transporte los archivos que mis hombres les indicaran. Realicen su trabajo rápida y eficientemente. Cuando acaben váyanse inmediatamente.
Hicieron tres grupos de trabajo durante tres horas estuvieron sacando archivos sin parar, les habían dicho extra oficialmente que después de este trabajo se consideraría la posibilidad de recomendarlos para un ascenso de categoría.
Si el informe de su trabajo era favorable, la posibilidad de conseguir mejores destinos seria más fácil. Gracias a un buen enchufe se podía conseguir; turnos de noche el los que pasar las horas entre siesta y siesta, servicios en transportes blindados o ser jefe de grupo para desarrollar las dotes de mando y organización. Todos tenían sus motivos para necesitar buenas referencias.
Uno de los vigilantes jurado introdujo la última caja que cabía en un furgón. El conductor giro las llaves del contacto mientras un acompañante cerraba las puertas traseras y subía a la cabina. Diez segundos después otro furgón ocupaba su lugar.
Un vigilante jurado se dirigió a uno de los hombres que supervisaban su trabajo.
—Debería ir al servicio.
—Vaya, pero no entre solo en ninguna sala que no se le haya asignado—. El vigilante jurado asintió con la cabeza y se dirigió en la dirección que le señalaba el supervisor. El vigilante jurado andaba sin prisa mirando despistado aquí y allá al llegar al fondo del pasillo encontró los lavabos. No entro. En su lugar tomo un pasillo que se extendía a su izquierda y que al carecer de ventanas se oscurecía a ritmo creciente cuando ya no era capaz de ver el color de sus zapatos cerro los ojos un minuto, al abrirlos su visión había mejorado saco un móvil y marco un número mientras recorría un pasillo. —Soy Ángel estoy en la fábrica, efectivamente, ha pasado algo pero, ahora aquí todo está limpió. No veo posibilidades de encontrarnada. Agentes extranjeros están al cargo de la seguridad y trabajan a conciencia—. El vigilante jurado estaba retrocediendo sobre sus pasos cuando una sensación peligro le hizo cortar la conversación. Una puerta a su espalda se abrió y un hombre rubio de casi dos metros de altura y bigote rojizo le llamo la atención.
— No puede estar aquí
—Venia del servicio, soy del grupo que está trasladando los papeles viejos. He acabado de llenar un furgón y quería refrescarme—. El hombre que no tenía ningún interés en la vida de aquel Españolito bajito Se limitó a darle la espalda.
—OK quédese aquí. Vacié el armario y métalo todo dentro del furgón que le han asignado.
El vigilante jurado reemprendió su trabajo. Tras varios viajes al furgón empezaba a estar cansado y aburrido. Saco varios archivadores juntos pero calculo mal el peso que resulto ser excesivo, intento dejarlos en una mesa cercana pero uno de los archivadores cayo al suelo volcando una papelera. Su nuevo supervisor lo miro con desprecio mientras el hombre se apresuraba en recoger todo el contenido de la papelera al coger una lata de Coca Cola vacía, un tintineo le hizo sospechar que contenía algo extraño.
Sin darle mayor importancia dejo la lata encima de una mesa como olvidada.
Estuvo una hora más vaciando varias salas. Siempre con la lata cerca de el. Cuando los seis hombres acabaron su trabajo se reunieron en la puerta de entrada de la fabrica tres de los hombres de paisano que los habían estado vigilando les repasaron con la vista de arriba abajo sin llegar a cachearles. Uno de los hombres se fijó en la lata de Coca-Cola que el vigilante jurado, llevaba en la mano.
—Tranquilo me llevaré mi basura—. Fingiendo un último trago cerro la mano alrededor de la lata reduciéndola a una bola de aluminio
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